Murió Billy Graham, tal vez el predicador evangélico más influyente del siglo XX. También llamado el “pastor de América”, el “Papa de la América protestante” o el “pastor de los presidentes”, ejerció un liderazgo espiritual constante sobre el establishment político y religioso estadounidense. Fueron conocidas sus reuniones de oración con todos los presidentes de los Estados Unidos, desde Truman hasta Obama. Inicialmente inscrito en el Partido Demócrata, luego se alineó con los republicano. No obstante, declinó de unirse a la extrema derecha cristiana (Mayoría Moral), a la que, sin embargo, sí se unió su hijo y “heredero” religioso, Franklin Graham.
Teológica y políticamente conservador, fue el prototipo del evangélico estadounidense clásico, el paradigma identitario de los primeros evangélicos latinoamericanos: pietista, literalista bíblico y proselitista. En lo político, aunque avaló políticas éticamente condenables, como el ataque a Vietnam; también es cierto que respaldó la lucha del movimiento por los derechos civiles, al punto que Martin Luther King lo reconoció así en su momento: “Si no hubiera sido por el ministerio de mi buen amigo el Dr. Billy Graham, mi trabajo en el movimiento de derechos civiles no habría sido tan exitoso como lo ha sido”. Los fundamentalistas más rdicales lo atacaron con dureza, acusándolo de ecuménico debido a su diálogo con el Papa Juan Pablo II, y de simpatizante del comunismo porque, en plena Guerra Fría, se atrevió a desarrollar “campañas evangelísticas” detrás de la Cortina de Hierro (Polonia, Hungría, Yugoslavia e incluso la URSS). Incluso visitó la Corea del Norte de los Kim. Así, aunque blanco de la crítica, tanto de la izquierda como de la derecha cristianas, supo finalmente ubicarse en el punto exacto para ganarse el respeto de la América evangélica. Con su partida, termina toda una era en la historia del protestantismo evangélico mundial.
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