HISTORIA
DE LA EUTANASIA
Todas
las culturas han desarrollado mecanismos para hacer frente a la
muerte tratando de enfrentar el carácter brutal de esta. Así se
instituyeron, desde los comienzos de la civilización, ritos que
permitían, en cierta medida, "domesticar" a la muerte.
Algunos de estos rituales eran claramente eutanásicos, es que la
intención era siempre la atenuación del proceso de morir, por lo
que para evitar el sufrimiento se solía acelerar dicho proceso. Los
agentes de estas prácticas eran los propios familiares, chamanes o
hechiceros.
El
siglo V a. C. se señala como el comienzo de la medicina científica.
Esta, también llamada medicina occidental, fue desde esos tempranos
tiempos una ciencia eutanásica. Platón decía que los médicos
debían atender sólo a los ciudadanos recuperables y en términos
parecidos lo afirmó, siglos más tarde, Averroes expresando que, así
como los médicos extirpan los miembros necrosados, deben encausar a
la muerte a los miembros de la sociedad que son irrecuperables. Vista
en este marco, también la inquisición fue netamente eutanásica. El
primero en utilizar la palabra eutanasia fue Suetonio (s II) quien
relata que Cesar Augusto deseaba para sí y para su familia una
muerte sin padecimientos. Hasta fines del siglo XIX eutanasia
significó el acto de morir pacíficamente y el arte médico de
lograrlo. En el Renacimiento, Francis Bacon y Tomás Moro reafirman
la idea de la eutanasia pasiva a través del desahucio y hasta la
eutanasia activa cuando, a la incurabilidad, se le suman dolores y
sufrimientos atroces. Más adelante será Karl Marx quien hable del
tema en una tesis doctoral titulada De
Euthanasia Medica.
En 1920 Karl Binding y Alfred Hoche escriben El
permiso para destruir vidas carentes de valor vital,
incluyendo en esta categoría a enfermos mentales, retrasados y
deformes. Este libro debe incluirse en el trasfondo del exterminio de
200.000 pacientes psiquiátricos y crónicos por el régimen nazi.
Desde
el fin de la Segunda Guerra Mundial tuvieron lugar profundos cambios
en el campo del Derecho y se comienza a tener en cuenta la voluntad
de los pacientes. Es así como surge el principio de Autonomía
actualmente incorporado a la disciplina Bioética. Es por ello que la
discusión actual de la eutanasia no tiene nada que ver con las
prácticas realizadas en la antigua Esparta o en el III Reich. Estas
no estaban determinadas por el interés del sujeto sino que se
basaban en razones de orden social, político, religioso o
ideológico. Actualmente no se duda en considerar dichos actos como
meros homicidios. Surge entonces la pregunta ¿Es ético asistir a
quien desea morir y solicita ayuda?. Los movimientos pro eutanasia,
reclaman el reconocimiento del derecho que tiene una persona en
estado terminal y con plena autonomía, a poder pedir que se acelere
o no se impida el proceso de la muerte con el objeto de concluir con
los sufrimientos de su enfermedad.
NECESIDAD
DE UN LENGUAJE COMUN
Para
realizar un análisis y establecer las bases de la discusión debemos
precisar la terminología. Sólo así podremos acordar en qué puntos
hay acuerdos y en cuál hay discrepancias. En la época actual
hablamos de la Eutanasia relacionada con la autonomía del paciente
por lo que generalmente no entra en el análisis la que denominamos
involuntaria,
que es aquella que se impone a un paciente sin respetar su
autodeterminación. Acerca de esta práctica, existe un consenso en
considerarla reprochable. Cosa muy distinta es la llamada Eutanasia
Voluntaria,
la que es solicitada por libre decisión de un individuo que se
encuentra en una situación determinada, generalmente una enfermedad
terminal, que le provoca sufrimientos y padecimientos intolerables.
Es sobre ella que se plantea la más grande de las discusiones en el
campo de la Etica y el Derecho, debiéndose distinguir tres
situaciones distintas, que deben reconocerse pues ellas tienen real
importancia a la hora de su valoración moral. De esta manera dentro
de la forma voluntaria, consideramos una Eutanasia Activa,
es decir aquella en la que se realiza un acto positivo que acelera el
proceso o provoca la muerte, y en la cual se deben diferenciar una
forma directa
y
cuya intensión es matar y otra denominada indirecta
en la cual la intensión no es matar sino aliviar, aun sabiendo que
el procedimiento puede acelerar el proceso de la muerte (teoría del
doble efecto). Para algunos autores no es tan fácil hacer una
distinción ética entre ambas situaciones.
Por
otro lado está la Eutanasia pasiva,
en la cual el acto es negativo, es decir, se omiten ciertas medidas
terapéuticas para no prolongar la vida. Eticamente es equiparable a
"dejar morir", cosa muy distinta a la de "matar".
Esta actitud que se la está comenzando a designar con el término
Ortotanasia,
no pretende poner fin a la vida del paciente sino que permite la
muerte "a su tiempo".
Debe
evaluarse en el campo de la Eutanasia voluntaria, la cuestión del
"suicidio
asistido",
en el cual el acto directo que lleva a la muerte lo ejecuta el propio
paciente, pero el médico aporta o asesora sobre el procedimiento.
En
estos problemas éticos vinculados al final de la vida, también debe
ser considerada una actitud que se ha puesto de manifiesto entre los
médicos desde la segunda mitad de este siglo, luego de haber
aparecido los grandes avances tecnológicos en medicina y de contarse
con los procedimientos de soporte vital o sustitución de funciones;
y esto es lo que se ha denominado: encarnizamiento
terapéutico.
Unido a esto está, sin duda, la cultura de la muerte de nuestra
sociedad, que ha llevado a una concepción muy generalizada, a partir
de la cual aparece una resistencia a reconocer el límite vital del
ser humano, lo que también hace pensar que es posible prolongar la
vida indefinidamente. Esta percepción se encuentra también entre
muchos profesionales médicos que actúan, en diversos casos
terminales e irreversibles, como si esto fuera cierto. Al haberse
perdido el concepto de pacientes desahuciados, algunos médicos
pretenden utilizar, sin límite de tiempo, todos los elementos
terapéuticos disponibles, logrando en muchos casos, sólo perturbar
el proceso natural de la muerte en pacientes que no son recuperables
y que terminan falleciendo, por este motivo, con mayores molestias y
padecimientos. A esta actitud profesional, hoy se la denomina
DISTANASIA
y ha abierto un debate sobre los recursos terapéuticos que deben
usarse en la fase terminal de la vida de una persona, con un criterio
técnico y ético adecuados, sin dejar de lado la inmoralidad que
significa dilapidar recursos escasos como son los de la Salud
Pública.
Los
movimientos pro eutanasia promueven una legislación que reconozca el
derecho a la libre decisión de terminar con la propia vida en
situaciones determinadas, y consecuentemente no sean punibles tanto
las acciones negativas cuanto las positivas que contribuyan a este
fin.
En
otras palabras, la discusión actual pretende que se acepte la
Eutanasia Activa en un paciente terminal, cuando este se encuentre en
situación de sufrimientos intolerables y con plena competencia así
lo solicite.
CONDICIONES
DEL PEDIDO DE EUTANASIA
-
Enfermedad terminal.
-
Sufrimientos extremos.
-
Sin alternativas terapéuticas.
-
Paciente competente.
-
Sin condicionamientos o presiones externas.
-
Documentado.
-
Comprensión del pronóstico.
-
No deprimido.
-
Reiterado.
-
Puede ser revocado.
Entre
estas posturas humanistas y nuestra convicción cristiana podemos
hallar algunas coincidencias:
-
Humanizar el proceso de morir.
-
Evitar prolongaciones innecesarias del proceso de morir (agonía).
-
Es ética y legítima la Ortotanasia.
-
Rechazar el Encarnizamiento Terapéutico.
-
Considerar al paciente como protagonista.
-
Reconocer el derecho a morir en paz.
REFLEXION
FINAL
En
las últimas etapas de la vida, el hombre sufre la muerte laboral, el
aislamiento familiar, la invalidez biológica y la enfermedad
llevándolo a situaciones trágicas que a veces él mismo considera
como peores que la propia muerte. en estos casos los pacientes suelen
pedir la Eutanasia, no lo harían si vivieran de otro modo. Existen
medios para ayudar: la compañía, la asistencia espiritual, la
psicoterapia, los hospices, etc. Es probable que si se pusieran en
práctica nadie pediría morir.
La
alternativa cristiana a este dilema es la humanización de la muerte
mediante una asistencia que integre lo afectivo, lo espiritual y lo
psicológico, con una conducta médica basada en el respeto por la
dignidad del paciente, incluida su voluntad, y la aceptación de los
plazos que la naturaleza establece.
En
la Biblia encontramos el fundamento ético para tal actitud. La vida
biológica y temporal es un valor fundamental, pero no es absoluto y
supremo. Tampoco la muerte es un mal absoluto. Siendo esto así, no
hay una exigencia de prolongar la vida a toda costa, pero sí es
exigible éticamente, el esfuerzo por humanizar el proceso de la
muerte tratando de dar las respuestas adecuadas a las necesidades del
paciente.
Dr.
MIGUEL ANGEL ZANDRINO
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