Debido a que hay más cosas que hacer que horas tiene el día, el pastor ocupado debe asegurarse que las cosas más importantes tienen que hacerse mientras que otras deben delegarse a subordinados. La delegación es una herramienta útil en el liderazgo, pero los pastores nunca deben delegar lo que Dios les designó en forma específica a ellos.
Uno de esos designios divinos es el ser mentor, el tomar bajo sus alas a jóvenes con potencial para el ministerio. Hay evidencia frecuente de este rol en las Escrituras, pero cuando un pastor abdica este rol se está acercando a la desaparición del ministerio. Eso explica el lugar donde nos encontramos.
Moisés fue un hombre poderoso en el Señor. De hecho, tan poderoso era que Deuteronomio 34.10 testifica, “Y nunca más se levantó profeta en Israel como Moisés, a quien haya conocido Jehová cara a cara;” Libró al pueblo de Dios de siglos de esclavitud en Egipto. Moisés debió de ser alguien difícil de seguir. Aún así el Libro de Josué comienza con el hecho consumado “Aconteció después de la muerte de Moisés siervo de Jehová, que Jehová habló a Josué hijo de Nun, servidor de Moisés, diciendo:” (Josué 1.1). Dios le prometió a ese líder en ciernes, “...como estuve con Moisés, estaré contigo; no te dejaré, ni te desampararé.” (Josué 1.5).
Elías fue un fervoroso profeta de Dios. Un hombre de apariencia extraña, su último acto glamoroso fue revolear su manto, golpear las aguas del Jordán para que Eliseo, su discípulo, pudiera cruzar en seco (2 Reyes 2.8). Luego desapareció en un carro de fuego rumbo al cielo. Elías también sería alguien complicado de seguir.
Aún así, no había desaparecido el último destello de la carroza de Elías, cuando Eliseo tomó ese manto y golpeó las mismas aguas y estas se apartaron para cruzar en seco.
No había nadie en la iglesia primitiva que rivalizara con el apóstol Pablo. Era un erudito, un plantador de iglesias, un maestro, un predicador, un autor y mucho más también. Tenía tal relevancia que aún se mantuvo firme frente al fiero Pedro. Fue un hombre difícil de mantenerle el paso.
Estando Pablo en prisión en la ciudad de Roma en su última encarcelación, escribiendo su carta final a Timoteo, su hijo en la fe, se lamentaba, “En mi primera defensa ninguno estuvo a mi lado, sino que todos me desampararon; no les sea tomado en cuenta”. (2 Timoteo 4.16). Y a Timoteo, su amado discípulo, una vez le dijo, “pues a ninguno tengo del mismo ánimo, y que tan sinceramente se interese por vosotros”. (Filipenses 2.20).
Moisés estuvo ocupado con los millones de murmuradores. Elías estuvo ocupado con los profetas de Baal. Pablo lo estuvo con el cuidado de las iglesias. Pero todos ellos tenían una cosa en común. Mientras que estaban ocupados haciendo estas tareas que nos hubiera hecho difícil el seguirles, tuvieron el tiempo suficiente para discipular a aquellos que les seguían. Eran sensibles al llamado de Dios sobre las vidas de sus discípulos.
Por otra parte, Elí el sacerdote, es una historia diferente. Claro, tenía un discípulo, el niño Samuel, como Moisés, Elías y Pablo. Pero no tenía tiempo para ser su mentor. Estaba muy ocupado con la rutina del ministerio.
Elí estaba tan ocupado con la obra en Silo, tan involucrado con los detalles del ministerio, que olvidó a la gente que le rodeaba. Nunca castigó a sus hijos, y lo arruinaron. Vivió una vida sin fe ante Jehová, y Dios le maldijo. Pero también fue trágica la conducta y la relación que tuvo con Samuel. Primera Samuel 3 nos cuenta la historia gráficamente.
La palabra de Dios era escasa en aquellos días. Los profetas no estaban escuchando a Dios como lo hicieron antes. Cada palabra de Dios fue una preciosa gota de humedad en una lengua reseca. Esto hace aún más maravilloso el hecho que Dios llamara a Samuel tres veces.
Tres veces en la mitad de la noche Dios se acerca al discípulo de Elí, y lo llama por su nombre. Tres veces el joven responde a Dios. Tres veces fue a su mentor pidiendo consejo. Usted conoce la historia. Elí le dijo a Samuel la primera vez, “¡Vuelve a la cama!” Samuel lo hizo presurosamente, y otra vez el viejo sacerdote fue insensible al llamado que Dios le hacía a su discípulo, diciéndole que vuelva a dormir. Samuel volvía y solamente en la tercer ocasión fue que Elí se dio cuenta que era Dios quien llamaba a su discípulo.
Elí tenía un problema con la falta de atención a la voz de Dios. Cuando el niño recibió el llamado de Dios, el sacerdote de Dios, que tenía que haberlo reconocido, no lo hizo.
Me temo que un número creciente de pastores hoy en día están tan aplastados con los detalles y problemas del ministerio que han perdido un contacto significativo con la gente que les rodea. Muchos pastores hoy no tienen una relación de mentoría como Moisés con Josué, Elías con Eliseo, o Pablo con Timoteo. Muchos no tienen a jóvenes Samueles a quien discipular regularmente. Otros pueden saber quiénes son sus discípulos, pero están faltos de atención al llamado de Dios a esos Samueles.
Hace un tiempo atrás un grupo de pastores que admiro profundamente me pidió que diera a conocer mis estudios en una encuesta de entrenamiento pastoral que hice en Estados Unidos. Luego de la presentación había un tiempo para preguntas y respuestas. Yo pregunté, “¿Cuántos de Uds. pastores, podrían identificar lo que sus pastores influyeron para que Uds. entraran al ministerio?” De los 40 pastores presentes, casi todos alzaron sus manos. “Mi pastor me dejaba guiar el canto”. “Mi pastor solía tomar a los jóvenes y llevarnos al campo cada domingo luego de la reunión”. “Mi pastor nos llevaba a conferencias juveniles cada año”.
Las respuestas fueron todas diferentes; así y todo, fueron todas las mismas. Sus pastores les involucraron en el ministerio. Les dejaba hacer cosas en la iglesia cada vez que las puertas estaban abiertas. Una semana leían las Escrituras; la próxima semana pasaban la ofrenda. Ellos sabían que siempre habría algo qué hacer.
Luego de esta rápida ráfaga de comentarios les pregunté, “Pastor, ¿Qué estás haciendo hoy en tu iglesia para involucrar a tus jóvenes del mismo modo que te involucraron a vos?” Las manos no se levantaron espontáneamente como antes. El silencio era ensordecedor. La conclusión era evidente. Muchos pastores están contribuyendo a que el ministerio se evapore solamente porque son insensibles a la necesidad de involucrar a los jóvenes en el ministerio y ayudarlos a oír la voz de Dios.
Pastor, ¿Cuándo fue la última vez que un joven de tu congregación vino a vos y te dijo que pensaba que Dios le estaba llamando al ministerio pastoral? ¿Le dijiste algo así como, “¡Qué bueno!”, que viene a ser el equivalente del siglo XXI a la respuesta de Elí, “Ve a la cama”?
Ahora más que nunca los pastores necesitan tener oídos atentos a lo que Dios le está diciendo a sus discípulos. Tenemos que escuchar con ellos. Frecuentemente debemos escuchar con ellos. Frecuentemente debemos escuchar por ellos. Debemos mantener un ojo de águila en nuestras congregaciones y más sobre aquellos más calificados para el servicio de Dios. Debeos establecer con ellos relación de mentores debemos hacer lo posible para involucrarlos en un ministerio significativo y ayudarlos a escuchar la voz de Dios.
La admonición de Pablo a su Timoteo fue, “Tu, pues, hijo mío, esfuérzate en la gracia que es en Cristo Jesús. Lo que has oído de mí ante muchos testigos, esto encarga a hombres fieles que sean idóneos para enseñar también a otros”. (2 Timoteo 2.1-2).
¿La encomendación del apóstol sería menor para nosotros si fuéramos su Timoteo? ¿No debemos encontrar hombres fieles y encomendarles lo que hemos aprendido para que ellos lo pasen a hombres fieles? ¿No deberíamos estar a la búsqueda de estos hombres y mujeres fieles?
Si el diablo puede hacer que el pastor se duerma en este síndrome de Elí, si puede lograr que el pastor se enrede en detalles para que tenga poco tiempo para estar con la gente, si esa sutil serpiente puede hacer que el pastor se vuelva insensible al llamado de Dios, habrá destruido no solamente un discípulo, sino también un pastor.
¿Cómo llegamos a donde estamos? ¿Cómo hizo el diablo para lograr que menos jóvenes se interesen en el ministerio pastoral? Distracción. Si él puede distraer al pastor, podrá distraer a cualquiera.
CONCLUSIÓN
Hemos conocido al enemigo y está dentro de nosotros. Mientras hacemos otras cosas, cosas buenas, cosas necesarias, el pastor, el maestro cristiano, han perdido la gran oportunidad de reclutar hombres y mujeres jóvenes para un ministerio duradero. Aunque estamos en el mundo, pero no somos del mundo, nos sentimos tan a gusto en él que nuestras metas y propósitos en la vida no parecen diferentes a los de las personas que no conocen a Cristo.
Aquello que es de importancia eterna lo hemos obligado a que tome el asiento de atrás para poner al lado nuestro aquello que es de conveniencia temporal. Nos hemos interesado más y más en trabajar para los 70 años que vamos a vivir en esta tierra. ¿Significa esto que estamos menos y menos interesados en trabajar para la eternidad? En algunos casos, me temo que sí.
Una y otra vez Satanás distrajo al ejército de Dios. Una y otra vez nos confundió en cuanto a nuestra responsabilidad con el Comandante en Jefe. Una y otra vez nos ha mostrado en forma vívida las necesidades legítimas de este mundo al cual podemos dedicar nuestras vidas. Una y otra vez Satanás nos da lo que es bueno, para robarnos lo que es mejor.
No llegamos a este pozo en la batalla en forma deliberada. Y no lo hicimos con nuestros ojos abiertos. Satanás trabajó sutilmente para que sacáramos los ojos de Cristo y los fijáramos en nosotros. Hemos sido engañados; todos nosotros. Pero ahora lo sabemos. Podríamos haber reclamado ser inocentes antes cuando las filas de los soldados de Dios eran diezmadas, pero ¿Qué vamos a reclamar para el futuro?
Si le has pedido a Dios que de aquí en adelante no permita que Satanás te distraiga, ¡cuidado! Significará profundas decisiones del corazón que sin duda afectarán cada área de tu vida. ¿Estás listo para eso?
Autor: Woodrow Kroll