Retengan lo que es bueno 1 Tes. 5.21

24/3/19

Reflexiones sobre la misión de la iglesia - Eduardo Coria

Pensemos por un momento en Hechos 1. Allí está nuestro Señor ministrando a sus apóstoles por última vez antes de ascender a los cielos. Durante cuarenta días les había estado hablando acerca del reino de Dios, y llegada esta hora surge de parte de ellos una pregunta cuasi obligada, aunque un poco fuera del contexto en el que Jesucristo había estado enseñando: “Señor, ¿restaurarás el reino a Israel en este tiempo?” Pero como Jesucristo no quería reducir el concepto que había estado exponiendo durante esas semanas, les dijo: “No os toca a vosotros saber los tiempos o las sazones que el Padre puso en su sola potestad; pero recibiréis poder, cuando haya venido sobre vosotros el Espíritu Santo, y me seréis testigos en Jerusalén, en toda Judea, en Samaria, y hasta lo último de la tierra”. Los apóstoles tenían una visión reducida del reino: Israel, y Jesús les estaba dando su visión universal: toda la tierra. Los apóstoles pensaban en una restauración de un reino perdido hacía muchos siglos, Jesús les hablaba de un reino nuevo que se iba a inaugurar en pocos días bajo el poder del Espíritu Santo. Los discípulos miraban hacia adentro, Jesús les corrige: “mírenme a mí, y sean mis testigos hasta lo último de la tierra”.

En nuestros días, estamos siendo informados continuamente acerca de esos lugares “no alcanzados” con el Evangelio. Esta abundancia de información (la “Ventana 10/40”, el conocimiento siempre creciente de etnias que jamás han sido tocadas por el mensaje de Cristo, el hecho de que la Biblia está en un proceso continuo de traducción a dialectos que nos eran desconocidos hasta hace relativamente poco tiempo, etc.) ha logrado despertar en la Iglesia una conciencia misionera que estaba algo (o muy) adormecida durante años. Son muchos los que poco a poco están ocupando sus lugares como misioneros en diferentes áreas: los campos, la intercesión, la ofrenda…). ¿Cómo no dar gracias al Señor de la mies? ¿Cómo no alabarle si frente al desafío de la hora son tantos los que están respondiendo “Heme aquí, envíame a mí”? Y parte de nuestro gozo obedece al hecho real de que en el plan de Dios, los países Latinoamericanos, que fueron durante decenios países misionables, actualmente se han convertido en países misioneros.

Pero junto con este hecho extraordinario por el que alabamos a Dios, también necesitamos considerar otro aspecto de las misiones que no tienen que ver primariamente con lo geográfico, es decir, el aspecto generacional de las misiones. Por lo menos son dos las razones que deberían motivarnos a considerar este aspecto: 1) Los lugares alcanzados en la generación anterior no son necesariamente lugares alcanzados en nuestra generación; y 2) Las iglesias que cumplen con su vocación misionera y envían o apoyan a misioneros en lugares no alcanzados a veces descuidan su misión local, que consiste, ni más ni menos, en tocar con el Evangelio a esta generación.

La misión de la Iglesia no es una cuestión geográfica o generacional, sino cuestión geográfica y generacional, no tiene que ver con una opción sino con una suma. Se trata de poner en primer plano el compromiso de extensión generacional del evangelio que tiene la iglesia de hoy sin poner en segundo plano el compromiso de extensión geográfica del Evangelio.

Aclarado esto, le invito a mirar hacia atrás a quien fue el misionero por excelencia, el apóstol Pablo. Si hubo alguien que tenía claro el concepto de los “lugares no alcanzados”, fue Pablo. Con el atrevimiento propio de quien tiene una clara visión de su razón de vivir, él dijo: “… desde Jerusalén, y por los alrededores hasta Ilírico, todo lo he llenado del evangelio de Cristo” (Romanos 15:19). Tomando un mapa de los tiempos de Pablo, uno encuentra que en línea recta, desde Jerusalén hasta Ilírico (Macedonia) hay unos 2000 kilómetros. Si a esto agregamos que, como parece, llegó hasta España con el mensaje de Jesucristo (Romanos 15:23–24), y si a aquella línea recta le sumamos las idas y venidas por los tortuosos caminos de aquel tiempo, ¿cuántos kilómetros deberíamos sumar?

Nadie puede negar que Pablo cumplió con su vocación misionera llegando a lugares no alcanzados, como él mismo lo dice en Romanos 15:20: “Y de esta manera me esforcé a predicar el evangelio, no donde Cristo ya hubiese sido nombrado, para no edificar sobre fundamento ajeno”. Y sin cuestionar para nada su excelso ministerio, debemos preguntarnos. Si aquellos lugares fueron alcanzados hace tantos años, ¿no debemos volver allá? ¿Qué sucedió en aquellos lugares una generación después? ¿O dos o cinco o diez generaciones? De hecho, ¿dónde están las iglesias que él fundó? ¿Qué hicieron las iglesias que él fundó? ¿Siguieron predicando el evangelio en su pureza original? ¿Pasaron fielmente el testimonio a la siguiente generación? No es el propósito de este escrito hacer un estudio histórico, ni encontrar las razones por las que hace muchos siglos la Iglesia (la Iglesia llena del Espíritu, vital, transformadora, es decir LA Iglesia) dejó de existir en aquellas regiones. Solamente usamos ese ejemplo para demostrar que la moneda de la misión integral tiene dos caras: la geográfica y la generacional. Y que nosotros mismos como Iglesia del siglo XXI corremos el mismo peligro que las Iglesias del siglo I, el peligro de desaparecer por no tomar en cuenta que nuestra misión también tiene que ver con lo generacional.

Mientras dedicamos nuestro esfuerzo, nuestras ofrendas, nuestros hombres y mujeres, a fomentar la visión de los lugares no alcanzados, no dejemos de mirar nuestra propia Jerusalén. Porque en esta generación han nacido miles y millones que no conocen a Cristo, y a quienes tenemos que alcanzar con el mensaje redentor de Jesucristo. NUESTRA GENERACIÓN ES UNA GENERACIÓN NO ALCANZADA, y ¿qué vamos a esperar? ¿Qué vengan misioneros de otras tierras para evangelizarlos? ¿O asumiremos el compromiso de tocar con nuestra vida la vida de nuestros vecinos y amigos?

Para terminar menciono otro aspecto de la responsabilidad misionera de la Iglesia. En los últimos años, en varios lugares de América Latina se ha producido un avance sorprendente del Evangelio en lo cuantitativo, pero no ha habido un avance correspondiente en lo cualitativo. Para decirlo en forma gráfica, es como si en muchos lugares hubiera habido una gran inundación de Evangelio, pero de muy poca profundidad: miles de kilómetros de extensión, pero de unos pocos centímetros A veces uno tiene que pensar que el mensaje que recibieron los que “creyeron” era un mensaje incompleto o deficiente. Y uno se pregunta: el Cristo que recibieron, ¿es el Cristo de la Biblia? ¿O aquellos creyentes han cambiado meramente de un Cristo católico a un Cristo evangélico, siendo que ninguno de estos dos Cristos es el verdadero? Si verdaderamente recibieron al Cristo verdadero, ¿están creciendo? ¿O su experiencia no pasa de ser una experiencia inicial, de nacimiento y nada más? Cuando alguien es ganado para Cristo verdaderamente, comienza a experimentar un gran deseo por conocer más y más a su Salvador y Señor. ¿Estamos realmente preparados para discipular a estos nuevos hermanos? ¿Queremos sinceramente que crezcan? ¿O nos gusta más ser admirados por la gran extensión de la inundación que por la profundidad del agua? Muchos hermanos nuevos nunca pasan de ser nuevos, porque su crecimiento en Cristo no avanza simultáneamente con el paso del tiempo. Y en algunos casos el liderazgo de la Iglesia es el responsable directo de este atraso. Es que resulta más fácil manipular a una Iglesia ignorante que a una Iglesia instruida en la Palabra de Dios…

Llenemos todo con el evangelio de Cristo, pero asegurémonos de que nuestras Iglesias Locales también estén llenas de Cristo. Y asegurémonos de que nuestra generación (aquí, allá, y hasta lo último de la tierra) sea alcanzada con el mensaje del Señor. No digo salpicada con el mensaje del Señor, sino sumergida en él.

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