Retengan lo que es bueno 1 Tes. 5.21

24/3/19

Sobre la iglesia desde lo grupal - Autor: Hugo Santos

Comencemos con algunas afirmaciones que se desprenden del mensaje bíblico. La Iglesia es una comunidad instituida por Dios que se hace concreta en las comunidades particulares. Cada congregación local es, o debería ser (cualquiera sea su denominación) una parte o una muestra de la Iglesia total.

La Iglesia ha sido elegida por Cristo y existe por su acción. La posición de Cristo respecto de la Iglesia se da en un doble sentido: El es el fundamento, el arquitecto, la piedra angular y, al mismo tiempo, ella es su cuerpo y los cristianos parte de su cuerpo. Cristo llega a los seres humanos y establece entre éstos una comunidad. Aprovecha el carácter social de las personas de las personas y orienta en dirección al proceso histórico de la vida colectiva. Cristo está en la comunidad y ésta está en Él.

Para decirlo con las palabras de Bonhoeffer, “La iglesia es presencia de Cristo del mismo modo que Cristo es presencia de Dios... la iglesia es el Cristo existente como comunidad”. Por eso, esta metáfora del cuerpo debe ser interpretada en sentido funcional, lo cual implica que somos dirigidos por Él del mismo modo que nosotros regimos nuestros cuerpos.

Claro, alguien podría sacar un libro de historia y mostrarnos que muchas veces la Iglesia no estuvo o no está a la altura de este propósito divino. La Iglesia es obra del Espíritu Santo, pero también está marcada por situaciones humanas con todo lo que esto significa. Por eso, tener en cuenta sólo el primer aspecto nos lleva muy fácilmente a confundirla con el Reino de Dios, considerarla sólo en el segundo, nos expone a ubicarla como una institución más. Así decimos que Adán sólo ha sido sustituido por Cristo en el aspecto escatológico, como realidad que ya empezó, pero todavía no se concretó.

También en la iglesia, los nuevos humanos en interacción y misión ya han recibido un anticipo de lo porvenir, pero todavía no lo realizaron en plenitud. Por tal motivo, la idea de Iglesia nueva, al menos en una perspectiva pastoral de este tiempo, es más un camino que una meta.

Es, tal como se desprende de las Escrituras, una senda a transitar, o si preferimos, otra imagen, un faro que ilumina nuestro andar y nos señala cuáles son los propósitos de Dios. Será importante tener en cuenta los obstáculos y problemas que impiden su realización. Entre esto que ha comenzado ya, pero que todavía no se ha consumado, estamos nosotros. Por este lugar transita la Iglesia y es en él donde debe expresar su vida y su misión.

Siendo una consulta de Psicología Pastoral nos preguntamos. ¿Qué puede decirnos la psicología pastoral en relación con este proceso? ¿En qué puede ayudarnos? La respuesta a estas preguntas tiene numerosas facetas que excederían el marco de esta introducción. Sin embargo, me parece importante desarrollar dos de ellas que vale la pena tener en cuenta y que son fundamentales en cuanto al aporte de la psicología pastoral para la vida de la Iglesia: el primero se vincula al ministerio de la salud dentro de la comunidad eclesial; y el segundo, al modelo de funcionamiento grupal y de liderazgo deseable.
EL MINISTERIO DE LA SALUD EN LA COMUNIDAD ECLESIAL

Comencemos con una pregunta: ¿Cómo define la psicología la salud mental? Una mirada ingenua podría hacernos creer que esta ciencia, que tantas cosas importantes nos dice sobre el ser humano debería tener una rápida y concreta respuesta para una cuestión tan fundamental. Sin embargo, la misma no es tan sencilla como parece a primera vista. No quisiera entrar a considerar las implicancias epistemológicas que tiene el concepto de salud. Para decirlo muy sintéticamente podemos afirmar que no es posible plantear una definición en términos absolutos. Todos los conceptos sobre la salud que encontramos en distintos textos no son más que una serie de elementos para aproximarnos a esta idea.

Por ejemplo, Aída Aisenson Kogan en su “introducción a la psicología” dice que “madurez implica una visión realista de los hechos y situaciones, capacidad de amar, capacidad de producir, capacidad de autoconocimiento, capacidad de aceptar lo inevitable, capacidad de planear para el futuro, capacidad de dar satisfacción a las propias necesidades, capacidad de sentirse libre de sentimientos de culpa o de temores injustificados, capacidad de vivir armoniosamente con los demás, capacidad de reconocer y enfrentarse con situaciones conflictivas, en lugar de evadirse de ellas, sea de hecho o a través de una constante represión, capacidad de adecuación sexual, capacidad de gozar de la vida, capacidad de mantener la propia personalidad, pero además adecuándose con cierta flexibilidad a las situaciones en lugar de adoptar actitudes estereotipadas, realización de las propias posibilidades”.

Otro autor argentino, Rodolfo Boholavsky, en un artículo publicado en el Nº 10 de la Revista Argentina de Psicología, titulado “Reflexiones en torno al concepto de salud y enfermedad” define la salud como “equilibrio interno, coherencia; capacidad de ponerse en el lugar del otro; aceptación del rol; tomar al otro como un objeto total; dar y recibir afectos y tener confianza en sí mismo y seguridad y confianza en el otro; interdependencia; en suma, el trabajo y el amor de los que habló Freud”. Todas estas aproximaciones podrían plantear, en relación con el tema de esta ponencia, la siguiente pregunta: ¿Salud mental es sinónimo de lo que llamamos en nuestras iglesias salud espiritual o madurez cristiana?.

Tenemos que decir que no. Pero esta negación no debe llevarnos a suponer que ambos conceptos no están íntimamente relacionados. Sobre este particular hay, por lo menos, dos afirmaciones que tenemos que hacer: salud mental no supone necesariamente madurez cristiana. Tenemos que reconocer que hay gente que no es creyente y sin embargo revela en su conducta un caudal de salud mental que no tenemos muchos de los que estamos dentro de las iglesias. Pero esta primera afirmación debemos acompañarla de una segunda: madurez en Cristo implica salud mental. El primero es un concepto más totalizador que el segundo. Toda organización patológica de la personalidad es un escollo en la realización plena del hombre nuevo. Paul Tournier en su libro “Técnica psicoanalítica y fe religiosa”, hablando de la conversión dice que “una experiencia espiritual es como una revolución.

En un país un príncipe se apodera del mando por un golpe de estado. En medio de la multitud que lo aclama, los partidarios del jefe destituido se hacen de momento los más celosos partidarios del cabecilla actual, dada la impotencia de los tales. Pero su adhesión no es sincera, y en ellas introdúcese en la corte el enemigo que va a armar, en secreto, intrigas para derrocar el nuevo régimen. Llegado un triunfo del soberano, ellos se ocultan, para volver a levantar la cabeza cuando les llegue una ocasión favorable, minando su poder. Así sucede con nuestros compuestos inconscientes. Tratan de desaparecer en los momentos de victoria espiritual, se camuflan y participan de esta unanimidad interior que nosotros sentimos. Pero no han capitulado y hacen sabotaje en sus victorias si no los desenmascaramos".

Es válida la advertencia del Dr. Tournée: Una de las maneras de expresión de los núcleos psicopatológicos de nuestra personalidad es a través de la fe cristiana. Todos los que nos hemos dedicado al difícil arte de la psicoterapia, sabemos cuánto han contribuido ciertos conceptos religiosos en la instalación y arraigamiento de muchas patologías. A veces las señales de “lo viejo” se esconden detrás del disfraz de lo religioso, de palabras pseudobondadosas y de frases como las consabidas: “es la voluntad de Dios” o “Dios así lo quiere”.

Pero también hemos visto cómo la fe en Jesucristo ha sido muchas veces estimulante e inspiradora en la resolución de numerosos conflictos. Es fundamental que comprendamos esta problemática en un momento histérico donde con tanta frecuencia confundimos en nuestras iglesias formas con significados, “señales del Espíritu” con experiencias de sugestión, liderazgos neuróticos con llamados del Señor, etc. Howard Clinebell en su libro “Mental Health Through Christian Community”, afirma que la religión puede ser constructiva, creativa, sanadora, una fuerza que afirma la vida; o una oscura, represiva fuerza que daña la vida. No es la sugerencia de que hay una religión monolítica cuyos practicantes son mentalmente sanos, sino que esto depende de la manera en que es comprendida y aplicada. A partir de su experiencia como consejero pastoral, formula una serie de criterios que son una especie de test que nos ayudan a distinguir en la predicación, la enseñanza , la liturgia, la comunidad de la iglesia, lo que es sano de lo que no lo es.

“Una forma particular de pensamiento y práctica religiosa ¿levanta puentes o barreras entre la gente?... ¿Fortalece o debilita el sentimiento básico de relación y confianza con el universo?... ¿Estimula o impide el desarrollo de la propia libertad y responsabilidad personal?... ¿Provee métodos eficaces o no para ayudar a la persona a pasar del sentimiento de culpabilidad al perdón?... ¿Provee principios guiadores éticos significativos o subraya lo trivial?... ¿Es de primera importancia el comportamiento superficial o la profunda salud de la personalidad?... ¿Se presta para aumentar o disminuir la alegría de la vida?... ¿Estimula a la persona a apreciar o despreciar la dimensión de las emociones de su vida?... ¿Encauza las energías vitales del sexo y la agresividad en una forma constructiva o destructiva?... ¿Pone énfasis sobre la aceptación o negación de la realidad?... ¿Engendra creencias maduras o inmaduras (mágicas)?... ¿Alienta la honestidad intelectual con respecto a las dudas?...¿Presenta un cuadro de la situación humana demasiado simple o enfrenta la complejidad de la existencia?... ¿Enfatiza el amor (y el crecimiento personal) o el temor?... ¿Da a sus adherentes un marco de orientación y objeto de devoción que son adecuados para manejar la ansiedad existencial en una forma constructiva?... ¿Anima al individuo a relacionarse con su inconsciente mediante símbolos religiosos vivientes?... ¿Se acomoda a las tendencias neuróticas de la sociedad o hace esfuerzos para cambiarlas?... ¿Aumenta o debilita la autoestima?”. Una iglesia que tiende a la salud es una iglesia preocupada por el crecimiento y desarrollo de sus miembros, pero también por la calidad y madurez del funcionamiento grupal. Es decir, es generadora de cambios en un sentido global.

Todo grupo y toda persona tienen un potencial no desarrollado de sí mismo. Todos somos menos de lo que podríamos ser. La iglesia tiene la misión de ayudar al desarrollo de ese potencial. Esta no es una tarea más de la iglesia, ni un aspecto adicional a su acción. Esto es esencial a su ministerio. En este sentido, debemos recuperar en toda su dimensión el significado de la palabra conversión. No solo como el paso fundamental hacia la vida cristiana, sino también como un camino hacia la salud integral que debería darse en tres dimensiones: en uno mismo, en la relación con el prójimo y la sociedad y en el vínculo con Dios.

GRUPO Y LIDERAZGO EN LA COMUNIDAD ECLESIAL

El ministerio pastoral no puede limitarse a los individuos, sino también debe comprender a los grupos y comunidades. El pastor actual, en su formación, no sólo debe saber acerca de las vidas de las personas en términos individuales, sino también debe conocer los fenómenos propios que se producen en toda situación grupal, porque, tal como dijimos al principio, la iglesia puede ser analizada teológicamente como asimismo por las ciencias humanas desde lo grupal e institucional. De modo que si queremos pensar a la iglesia desde esta perspectiva sería sumamente útil indagar en la etimología de la palabra grupo. Esta proviene del italiano groppo o gruppo cuyo sentido fue primero: “nudo” y sólo después hará alusión a conjunto–reunión.

Los lingüistas lo relacionan con el antiguo provenzal grop, “nudo”. y suponen que es un derivado del germano occidental kruppa, “masa redondeada”, originándose en la idea de “círculo”. Si aplicamos estos sentidos a la vida de la iglesia, podemos decir que esta idea de “nudo” nos habla de un vínculo e interacción que está sostenido por el amor, la fe y la esperanza entre todos y con Dios, y la imagen “círculo” nos sugiere una relación respecto de un centro que tiene que ver con una misión, con una tarea, con Jesucristo mismo.

El psicólogo pastoral E. Mansell Pattison, especializado en temas grupales vinculados a la iglesia, afirma que el promedio de las mismas exhiben pocos de los atributos de un sistema desarrollado y maduro. Esto es porque, según este autor, en la mayoría de las congregaciones la estructura eclesial está sostenida por un pastor, quien se siente sobrecargado en la tarea de mantener a los miembros juntos y funcionando.

Desde la psicología pastoral, un sistema eclesial integrado debe reunir por lo menos cinco condiciones:

1- Múltiple conexión e interacción entre los miembros. La gente no está relacionada sólo con el pastor.

2- La relación entre las personas debe comprender múltiples esferas de la vida. El encuentro de los creyentes no sólo debe darse a través de “lo religioso”, sino que es importante que abarque otras áreas.

3- Este vínculo tiene que darse en diversos tiempos y lugares, extendiéndose más allá del templo o dependencias de la iglesia y del horario del culto, compartiendo diferentes actividades.

4- La relación de los miembros debe suponer una doble dimensión. En primer lugar, instrumental, es decir una interacción que tiene que ver con la tarea de la iglesia y su misión. En segundo lugar, afectiva. El amor de los unos por los otros sostiene los vínculos interpersonales y la integración grupal. Ambos aspectos están en una íntima relación.

5- Es un sistema abierto a la comunidad y a la redención de nuevos miembros. A partir de aquí quisiera que consideremos cuatro modelos de iglesia. No son los únicos posibles, tienen las limitaciones de los esquemas que tienden a simplificar la realidad, diluyendo matices; pero nos permitirán ver graficados cuatro tipos grupales en relación con su líder. En adelante, cuando mencionemos a este, nos estaremos refiriendo a una función que puede ser ejercida por una o varias personas (laicos y/o pastores).

Modelo 1:

En este primer modelo tenemos un grupo de individuos que no están vinculados los unos con los otros, excepto en uno o varios momentos o circunstancias particulares. El líder puede convocar y juntar a la gente para momentos de trabajo, de culto, de enseñanza, etc. Pero la integración se limita a esos momentos. La unión de las personas está basada en la presencia, el dirigismo y la acción del líder. Esta iglesia estaría, entonces, caracterizada por la presencia de un pastor o laico carismático, quien empuja a la gente a unirse y sostiene la unión con un dinámico liderazgo personal.

Modelo 2:

Con respecto a esta estructura, debemos decir que hay mejores condiciones de funcionamiento que en el anterior, en cuanto a la dinámica e interacción grupal. Se comparte plenamente la identidad grupal y las metas. Hay un gran esfuerzo por homogeneizar las opiniones, los sentimientos y la estrategia congregacional. Hay poco margen para divergencias o enfoques diferentes. El líder es percibido generalmente (especialmente si es el pastor) como fuera de la iglesia. El grupo no es tan dependiente de su pastor, pero Éste debe actuar de acuerdo al grupo-iglesia.

El pastor va a encontrar grandes dificultades en conducir esta iglesia en dirección a cambios y ésta no le va a permitir al ministro ejercer su función, a menos que haga aquello que ella desea. En otras palabras, si este pastor no se adapta a esta iglesia, se tiene que ir. Nuevos miembros serán bienvenidos si ellos entran en el sistema preestablecido y los disidentes no serán tolerados. Es la iglesia que pretende formar miembros como si fueran chorizos, uniformes, uno al lado del otro. Puede crecer en miembros, pero permanece en un estado de estereotipia y repetición. Todo cambio, desde dentro o fuera, lo siente como una amenaza. Es una comunidad sin grandes conflictos porque trata de sacárselos de encima.

Modelo 3:

En este modelo de iglesia, emergen con intensidad los problemas que suelen reprimirse en el tipo anterior. El grupo tiene una identidad compartida y requiere que cada miembro marche en el mismo camino, pero esta pretensión de ser iguales, bloquea la expresión de la identidad y creatividad personal. En la tarea hay una elevada tensión entre lo individual y lo grupal. Las personas que protestan contra la tiranía del grupo serán tildadas de disidentes. Estas pueden apartarse del grupo para proteger su individualidad o la iglesia puede, sutilmente o no, excluir a los no adaptados con el propósito de mantener inalterable la identidad grupal. Estamos en un contexto conflictivo. Una mirada superficial podría considerar este modelo como definitivamente negativo. Sin embargo, la iglesia está en camino de constituirse en algo igual o parecido al modelo 2; o bien de dar lugar a una grupalidad más creativa y enriquecedora.

Modelo 4:

Nos encontramos que hay una relación de las personas respecto de un centro y una relación interpersonal entre las mismas. Hay una identidad grupal sin la cual no es posible construir un grupo. Esto supone un conjunto básico de creencias, una común unión espiritual con Dios, una pertenencia institucional, lazos afectivos, etc., elementos son los cuales no es posible constituirse en iglesia, en un grupo. Pero además es necesario que, como otro polo de la tensión, se dé lugar al respeto por las características individuales de cada uno de sus miembros.

Esta cuestión corresponde a una tensión que existe en todos los grupos humanos y que se refiere a la dialéctica serialidad–grupo. Es decir, para que alguien entre a un grupo debe renunciar a ciertas cosas personales, llegando a un proceso de homogeneización que opera en todos los grupos, pero ninguno de estos puede pretender que los miembros renuncien a su personalidad, porque en última instancia, no es deseable ni para la persona ni para el grupo. Entonces será fundamental el proceso de identificación, pero también el de individuación.

El líder no está fuera del grupo, sino que es parte del mismo. Es alguien más con un rol determinable. Necesitamos recuperar en nuestro tiempo el verdadero sentido de la palabra koinonía. La palabra original griega sugiere un profundo y genuino compañerismo y disponibilidad para compartir. En el Nuevo Testamento, Pablo habla en varios pasajes de sus cartas del mutuo compañerismo y ayuda entre los creyentes, partiendo de la común unión de cada creyente con Jesucristo. La koinonía es posible hoy entre los cristianos, quienes llegan desde sus particulares “caminatas” de vida, para compartir en la iglesia la fe y la vida. Koinonía es asociación.

Los cristianos debemos ser socios en Cristo. Aún en situaciones de servicio, ayudado y ayudador dan y reciben mutuamente. La koinonía es siempre activa. No es secreta ni oculta, existe en la relación personal con otros. No supone estar siempre de acuerdo, por el contrario, si es intensa y honesta implica, y muchas veces requiere, la confrontación entre la gente. Si entendemos que el modelo 4 es el que más se aproxima al ideal, no debemos pensarlo como una situación grupal cerrada, por el contrario está abierta a otros y procura que éstos participen de esta comunión.

También esta apertura se refiere a los cambios. Ninguna situación grupal es estática, por el contrario, requiere una constante respuesta a las situaciones que vienen de adentro y fuera de la comunidad. La dinámica de la iglesia implica que la misma sea tal que permita una movilidad de sus estructuras, actividades, líderes y relaciones interpersonales que la lleven a cumplir cada vez más eficazmente su misión.

EL LIDERAZGO, UNA CUESTIÓN FUNDAMENTAL EN LA DINÁMICA GRUPAL ECLESIAL

Loudoño, un sacerdote especializado en temas de dinámica de grupo, en su libro “formación de comunidades” ha caracterizado las distintas etapas por las que transita un grupo desde su constitución. Dice que las etapas de la vida de un grupo se podrían comparar con la de una persona: período prenatal, infancia, adolescencia, juventud, adultez y vejez. Es necesario un estilo de liderazgo, según este autor, que se vaya adaptando a estos distintos momentos, estimulando el crecimiento y desarrollo persona y grupal. Es verdad que, a veces, en los comienzos de la vida de un grupo hace falta un estilo de conducción que puede parecerse a las de un liderazgo autoritario, pero esta situación debe ser transitoria.

Hay pastores que ejercen su liderazgo de tal manera que dejan en una situación de infancia grupal crónica a sus propias iglesias. Hay en muchos líderes evangélicos un manejo narcisístico tal de su liderazgo que los lleva a perpetuar actitudes autoritarias, paternalistas, en una constante autoafirmación que los hace aparentar más de lo que son al precio de un achicamiento yoico de sus liderados y una disminución de las posibilidades creativas y conductuales y del desarrollo de los dones y capacidades de éstos.

Por eso debemos decir que la función primordial de los líderes (pastores o laicos) es ayudar a los miembros a vincularse de tal modo los unos con los otros y con el Señor, que de esa reunión resulte un vínculo de recíproca interacción y mutualidad, que derive en una ayuda para el sostén y el crecimiento personal y se potencie en función de la misión de la iglesia. Dentro de la comunidad cristiana esto resulta en una importante paradoja: el mejor líder, el mejor pastor llegará a ser cada vez menos visible, mientras el funcionamiento del sistema grupal vaya siendo más efectivo en términos interpersonales y misionales.

El líder debe ser alguien que estará recordando a las iglesia su misión y las metas particulares que la comunidad se haya propuesto. En el grupo maduro todos participan en cuanto a tareas concretas, responsabilidad, sostén, consideración por las normas, en fin, en todo lo que hace a la vida de la iglesia, de acuerdo a sus dones, posibilidades y necesidades comunitarias.

La función de los líderes será ayudar a coordinar esta acción grupal para que la tarea de cada uno se ensamble y se potencie en lo que la iglesia hace. Sintetizando, podemos decir que la psicología pastoral ofrece elementos para comprender lo que significa la madurez de la persona, iluminándonos, de este modo, para ayudarnos a comprender si el mensaje y acción de la iglesia se dirigen hacia la constitución del ser humano nuevo o si, disfrazados de apariencia religiosa limitan o frenan las posibilidades que cada persona y el grupo como un todo tienen, constituyéndose en un factor de frustración, empobrecimiento y alienación.

También debemos afirmar que el hecho de que haya dos creyentes en Jesucristo juntos, no significa que espontáneamente se sientan y actúen como hermanos. Aquí también la psicología nos ofrece una teoría y técnicas grupales para ayudar al desarrollo de esa relación y comunidad, estimulando el amor y el compromiso de los creyentes con la misión. Así la iglesia podrá ser testimonio y pequeña muestra de lo que quisiéramos para toda la sociedad, siendo su vida anticipo del Reino de acuerdo al propósito de Dios.

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