Retengan lo que es bueno 1 Tes. 5.21

18/5/17

¿Psicosis de liderazgo? - por Eduardo Delás

(Entrantes para una eclesiología comunitaria)

La palabra moviliza, el ejemplo arrasa.

“La inclinación natural de toda la humanidad es un perpetuo e incansable deseo de conseguir poder, que sólo cesa con la muerte” (Hobbes).

“El amor al poder es el amor a nosotros mismos” (W. Hazllit).

“Poder significa la probabilidad de imponer la propia voluntad, dentro de una relación social, aun contra toda resistencia y cualquiera que sea el fundamento de esa probabilidad” (M. Webber).

“El poder pretende dirigir el comportamiento de otras personas, por lo que necesita intervenir en sus procesos de decisión, es decir, en el origen del comportamiento” (J. Antonio Marina).

“En cuanto se tiene un martillo, todos los problemas empiezan a parecer clavos” (J. Antonio Marina).
“El poder corrompe siempre” (Lord Acton).

La iglesia en el Nuevo testamento se construye desde sus bases

Romanos 12:4-5 – “Porque de la manera que en un cuerpo tenemos muchos miembros, pero no todos los miembros tienen la misma función, así nosotros, siendo muchos, somos un cuerpo en Cristo y todos miembros los unos de los otros”.

El Nuevo Testamento contempla a la iglesia como una comunidad corporativa, formada por muchos miembros con funciones distintas que revierten en el cuerpo, porque todos toman conciencia de que son parte los unos de los otros.

Tendemos a pensar que la iglesia crece en la medida que se desarrollan los dones espirituales, pero eso no es exactamente lo que dice el texto paulino en primer lugar, por más que lo hayamos interpretado así a menudo. El énfasis está situado en la actividad de todas las personas y en sus diferentes funciones, en tanto se saben referenciadas a un solo cuerpo del que participan como miembros los unos de los otros. Por tanto, la iglesia entendida como la manifestación de la vida del Jesús resucitado, se hace visible y dinámica en el mundo a partir de una comunidad de mujeres y hombres que interactúan poniendo a trabajar toda su disponibilidad desde el fruto del Espíritu. La disposición al servicio desde el marco ético correcto genera el dinamismo que precede a todos lo demás movimientos. (Cf. Romanos 12:3; Ef. 4:1-2).

La iglesia en el Nuevo Testamento se vive a sí misma como una comunidad fraterna

1ª Tesalonicenses 5:12-20 – “Os rogamos, hermanos, que reconozcáis a los que trabajan entre vosotros y os presiden en el Señor y os amonestan; y que los tengáis en mucha estima y amor por causa de su obra. Tened paz entre vosotros. También os rogamos, hermanos, que amonestéis a los ociosos, que alentéis a los de poco ánimo, que sostengáis a los débiles, que seáis pacientes para con todos. Mirad que ninguno pague a otro mal por mal; antes seguid siempre lo bueno unos para con otros y para con todos, porque esta es la voluntad de Dios para con vosotros en Cristo Jesús. No apaguéis al Espíritu. No menospreciéis las profecías”.

A la fundamentación teológica que nos ofrece el texto anterior, corresponde este dibujo pragmático de una comunidad interactuando desde la eclesiología de la comunión:

    * Reconocimiento del trabajo pastoral. Un trabajo duro, difícil y no siempre valorado. Pero, bien entendido que se trata de una tarea que se desarrolla “entre” el pueblo y no “por encima” de él, porque en este caso se falsificaría en adulación. vv. 12-13.
    * Práctica de una pastoral comunitaria. Todos los miembros se preocupan por todo lo que les sucede a todos. vs. 14.
    * Transformación de los valores de relación. Preocupación por practicar el bien hacia los demás. vs. 15.
    * Vivencia de la alegría de la fe y la experiencia de la gratuidad. vv. 16-18.
    * Dejar “hablar” al Espíritu en el marco de la comunidad. vv. 19-20.

Un vistazo cuidadoso a estas sencillas consideraciones, nos debería llevar a una reflexión profunda sobre la poco meditada “Liderología” (Teología del Liderazgo) tan frecuente entre nosotros. Porque, al hablar de este asunto importa subrayar que el “suelo teológico” sobre el que se sitúa es la iglesia. Esto quiere decir que no puede hablarse de la iglesia desde el liderazgo, sino únicamente del liderazgo desde la iglesia. Pero, al mismo tiempo, esto implica que es la iglesia y sólo ella quien reconoce, desde el discernimiento del Espíritu que actúa y “habla” en su seno, a quienes la presiden y guían pastoralmente. Y, finalmente, quiere decir que los pastores realizan su tarea entre el pueblo y que constituyen parte importante (pero parte) de las muchas funciones, tareas y dones que desarrolla el cuerpo. No existe, por tanto, ninguna persona, actividad o tarea en la comunidad que pueda considerarse “satélite independiente”, desgajada del todo y actuando por cuenta propia con status de súper-mega-espiritualidad. Ninguna es ninguna.

El pastorado en el Nuevo Testamento forma parte integral de la eclesiología de la comunión.

En el marco de la comunidad, ¿el todo promueve a las partes? ¿O son las partes las que promueven al todo? Conviene aclararse, porque para explicarnos estas cosas partimos de reflexiones y costumbres que convendría repensar. A saber: las iglesias crecen sólo y exclusivamente a partir de la elección de pastores capacitados para enseñar, dirigir, administrar y conducir el rebaño, como si fueran algunas partes proactivas las que promueven al todo y no éste el que, al promoverse, promueve las partes. Porque, claro, se supone que los pastores (algunas partes) disponen de un instrumental a modo de formación académica y experiencia que la iglesia (el todo) no tiene, pero necesita como elemento imprescindible para crecer y sobrevivir.

Este modo de ver las cosas es corriente y lógico, pero inexacto. Porque parte de una premisa equivocada. Las iglesias, por difíciles y dramáticas que sean las situaciones que experimentan, nunca son realidades inertes sino dinámicas, vivas, con un “código genético” concreto que las hace irrepetibles como personas colectivas por obra y gracia del Espíritu de Dios. La tarea del pastorado, por tanto, consiste en aprender a participar de la vida comunitaria de la iglesia desde la disponibilidad, el servicio, los dones y el fruto del Espíritu, que es lo mismo que se requiere del resto de la comunidad, con el objetivo de contribuir juntos al crecimiento de todo el cuerpo.

No se trata, entonces, de que la iglesia tenga que dejarse seducir y manipular por el brillo de “pastores mesiánicos” que, a modo de “mirlos blancos” actúen como si fueran la panacea; ni tampoco de que los pastores tengan que esforzarse por “asombrar” a la congregación para visibilizar sus credenciales. Se trata de que el cuerpo todo sea capaz de reconocer y elegir a mujeres y hombres que estén dispuestos a participar de la vida de la iglesia, situándose “entre” los demás, entregando lo mejor de sí mismos en un clima de espíritu fraterno, entendiendo que su acción pastoral tiene sentido y eficacia en el marco de la teología pastoral a la que toda la comunidad es llamada.

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