El comportamiento violento y agresivo ha estado presente a través de toda la historia y ha quedado grabado en documentos que van desde las antiguas escrituras hasta en las tablas estadísticas actuales. La agresión violenta está en los hechos cotidianos de nuestra vida. La violencia en nuestra sociedad actual, a pesar de múltiples esfuerzos, no ha podido ser adecuadamente
controlada ni entendida.
No analizaré aquí las causas de la violencia social, ni los factores que intervienen, pero sí quiero hacer especial énfasis en algunos elementos que son los que veo en mi trabajo clínico con niños y sus familias. Por ejemplo, a la violencia real, se suma la violencia de la televisión. Millones de personas en este momento ven más violencia en una tarde de fin de semana que la que van a vivir a lo largo de su vida. Algunos autores señalan que estos programas distorsionan la realidad al disponer la vida como mucho más violenta y criminal de lo que en verdad es.
Podemos observar claramente que nuestra sociedad se entretiene con la violencia y la agresión, y por otro lado, está paralizada por el terror.
Entendemos por Violencia Familiar toda acción u omisión de un miembro de la familia hacia otro, enmarcada en un contexto de desequilibrio de poder, que cause daño físico o psíquico, por lo que observamos que abarca desde el maltrato físico con riesgo de vida hasta la ausencia de trato en la cotidianeidad, siendo las víctimas más vulnerables los niños y las mujeres.
Para definir una situación familiar como una situación de violencia familiar, la situación de abuso debe ser crónica, permanente o periódica. Quien ejerce abuso no aprende a regular, a medir, a decir, a escuchar y respetar mensajes de si mismo y del otro; o se entra en contextos en los que estos aprendizajes se le borran, se le diluyen o pierden firmeza.
Para que la conducta violenta sea posible, tiene que darse un cierto desequilibrio de poder, que puede estar definido culturalmente o por el contexto, o producido por maniobras interpersonales de control de la relación.
Un especialista, nos dice que si no hay un aprendizaje del respeto, la singularidad y deseos de cada persona aparece la violencia.
La investigación epidemiológica acerca del problema de la violencia domestica ha demostrado que existen dos variables que resultan decisivas a la hora de establecer la distribución del poder y, por lo tanto, determinar la dirección que adopta la conducta violenta y quienes son las víctimas más frecuentes a las que se les ocasiona el daño. Las dos variables citadas son género y edad. Por lo tanto, los grupos de riesgo para la violencia en contextos privados son las mujeres y los/as niños/as, definidos culturalmente como los sectores con menos poder.
". El Banco Interamericano de Desarrollo afirmó que "en América Latina y el Caribe una mujer corre más peligro de sufrir agresión, violación y muerte en su propio domicilio que en la calle."
Intentar avanzar en la comprensión de la violencia familiar requiere superar los enfoques individualistas que hablan de enfermedad, implica aproximarnos en cada caso a la consideración particular de los sujetos involucrados, sus características de personalidad, su historia, sus modelos, los valores y modos culturales propios del contexto en que viven.
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La llamada invisibilidad de la violencia familiar, ha dificultado su prevención y abordaje, este ocultamiento puede ser explicado a través de los mitos y creencias, que circulan en torno a la violencia familiar en el imaginario social. Entre los mitos que han contribuido a la invisibilidad del fenómeno están:
El que considera que el hogar es un espacio de amor y comprensión, lo que no se compadece con las conductas violentas.
El de la privacidad.
Naturalización de la violencia como componente de la masculinidad.
Creer que se da sólo en los sectores populares.
Cierto núcleo de premisas, constitutivas de un sistema de creencias más amplio, siguen siendo sostenidas por amplios sectores de la población. Entre ellas, las más persistentes, son:
que las mujeres son inferiores a los hombres
que el hombre es el jefe del hogar
que el hombre tiene derechos de propiedad sobre la mujer y los hijos y que la privacidad del hogar debe ser defendida de las intervenciones externas.
Un sistema de creencias sostenido en tales premisas, tiene como consecuencia inmediata la noción de que un hombre tiene el derecho y la obligación de imponer medidas disciplinarias para controlar el comportamiento de quienes están a su cargo.
. En general se consideran tres tipos de abuso hacia la mujer:
Abuso emocional: Cuando el hombre se burla de la mujer, la insulta, la culpa de todos los problemas, la descalifica, la critica reiteradamente, la amenaza repetidamente, establece una relación de miedo, la acusa de prostituta o de loca, etc.
Abuso físico: Cuando la golpea, le tira del cabello, la pellizca, la inmoviliza, la patea, le da puñetazos, le aprieta el cuello, la golpea con objetos, la arremete con armas, le produce cortes o fracturas u otro daño físico.
Abuso sexual: Cuando la acusa de infidelidad, se burla de la sexualidad de ella, demanda sexo con amenazas o después de golpearla, tiene conductas de violación, usa objetos o armas sexuales.
Abuso económco: “el dinero lo traigo yo y acá se hace lo que yo digo”. Controla todos y cada uno de sus gastos y siempre la culpabiliza por ellos.
Ahora bien, existe una modalidad en que actúan estas familias o parejas frente a sus conflictos, que se ha dado en llamar el CICLO DE LA VIOLENCIA :
-En el CICLO DE LA VIOLENCIA: podemos distinguir tres fases que se repiten, variando en intensidad y duración de acuerdo a la pareja:
a. Acumulación de tensión: él se enoja por pequeñas cosas, incidentes menores, críticas constantes, poco importa lo que la otra persona haga, igualmente es acusada o culpabilizada.
b. Episodio violento: la persona violenta finalmente "explota" y ataca verbal o físicamente a la pareja.
c. Luna de miel: es la etapa después del maltrato y que mantiene a la pareja junta. El pide perdón, es cariñoso y hace todo lo posible para convencerla de
que no volverá a ocurrir.
Las parejas se mantienen en esta relación repitiendo una y otra vez el ciclo de la violencia, y todo esto va acompañado de la necesidad por parte del maltratador, de aislar socialmente a la persona maltratada.
Los actos posesivos del agresor se entienden como muestras de amor. Los actos de sumisión de la agredida se entienden como muestras de amor. Se confía al tiempo y al amor el cambio de la situación, pero la realidad demuestra que la relación será cada vez más crítica si no existe la voluntad explícita de cambio. Los modelos de conducta aprendidos impiden ver que NADA JUSTIFICA LA VIOLENCIA y que EL AGRESOR ES SIEMPRE RESPONSABLE DE SUS ACTOS.
A los niños que viven en estos hogares se los denomina también víctimas en cuanto a que son testigos de la violencia entre sus padres, incluso muchas veces ellos se interponen y son golpeados –con intención o por accidente-. Son innumerables las secuelas psicológicas que sufren estos hijos: baja autovaloración, trastornos escolares, agresividad, temor a ser agredidos, desconfianza, ocultamiento de sus sentimientos, enuresis, encopresis, succión del pulgar, tristeza, bloqueo intelectual, conductas autodestructivas, en adolescentes también alcohol y drogas, adicciones diversas. Serán en caso de no lograr elaborar esta conflictiva, abusados o abusadores.
Tanto los niños como Las mujeres, desarrollarán el llamado “síndrome de indefensión aprendida”.
Es imprescindible que la comunidad en general aprenda a a detectar los indicadores de violencia familiar, comprender que es un fenómeno complejo que debe ser abordado desde lo psicológico, lo social y lo legal. como así también conocer a quién y dónde acudir para solicitar orientación y ayuda.
Porque si no, tendríamos que incluir a otros actores alrededor de este fenómeno vincular de la violencia : a los cómplices, pasivos o indiferentes, los que no quieren saber nada o sabiendo no hacen nada para generar las condiciones para un cambio.
Lic. Patricia Lorenzati